Lc 9,28b-36
· Relato
muy simbólico que narra Lucas utilizando símbolos del AT: Moisés y Elías, la
nube, el monte, vestidos blancos, brillo resplandeciente,… Pretende mostrarnos
quién es Jesús.
1-
Unos ocho días después, Jesús tomó consigo a
Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar (9,1).
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Hoy,
Jesús, deseo acompañarte en esta escena de la transfiguración. Relata Lucas que
la escena ocurrió “ocho días después”, o lo que es igual, el 7º día, que
representa la nueva creación, después que la primera sucediera después de los 6
días de la creación 1ª, que se narra en el primer capítulo del Génesis.
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¡Cuánto
me fascina recordar estos dos grandes capítulos de la historia de la salvación!
La 1ª acontecida en mi nacimiento a la vida. Fue la 1ª gracia recibida de mi
Creador y Padre Dios. Fue el comienzo de todos los demás dones que vendrían
después.
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Resuenan
en mí las palabras del Génesis 1,26: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. Sí,
tu Padre ha querido tener una innumerable familia de hijos, junto a ti, Jesús,
que eres su Hijo predilecto.
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Y luego
viene la 2ª creación, al llegar la plenitud de los tiempos, al hacerse el Verbo
carne, como dice Jn 1,14: “La Palabra se hizo carne y habita entre nosotros y
hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de
gracia y de verdad”. Gén 1,17 explica claramente: “Porque la ley fue dada por
Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Cristo Jesús”.
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Sí, por
ti, Jesús, he recibido el don del Espíritu, para participar de la vida divina.
No encuentro palabras para agradecértelo favor tan grande. Me veo agraciado por
los cuatro costados. Con los tres apóstoles yo también subo a orar contigo,
Jesús, para agradecer al Padre su inmensa bondad.
2-
Mientras oraba, cambió el aspecto de su
rostro y sus vestidos se volvieron de un blanco resplandeciente (9,29).
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“Moisés
bajó del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano. Moisés no
sabía, al bajar del monte, que su rostro irradiaba luminosidad por haber
hablado con el Señor. Aarón y los israelitas miraban a Moisés; su rostro era
luminoso, y temieron acercarse a él. Entonces les comunicó todo cuanto el Señor
le había dicho en el monte Sinaí” (Gen 34,29-30).
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Te
contemplo, Jesús, en oración con el rostro resplandeciente, al estilo de Moisés,
y con tus ropajes blancos, como se dice en el Apocalipsis 19,1.4.8: “Vi una
inmensa muchedumbre vestida de lino puro brillante (de blanco) que cantaba con
potente voz: ¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder pertenecen a nuestro
Dios. Cayeron entonces rostro a tierra los 24 ancianos y los 4 seres vivientes
y adoraron a Dios que está sentado en el trono, diciendo: ¡Amén! ¡Aleluya!”
·
No sé,
Jesús, lo que es estar con Dios. No sé lo que es orar. Me imagino que es
desprenderse de nuestros pobres harapos y ponerse de blanco, como exige la
pureza y el brillo de Dios. Pienso que es entrar en una atmósfera de luz cálida,
y con el rostro resplandeciente ir al encuentro de Dios para estar con Él sin
palabras queriéndole y dejándome querer.
3-
En esto aparecieron conversando con él dos
hombres. Eran Moisés y Elías, que, resplandecientes de gloria, hablaban del
éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén (9,30-31).
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Permíteme
que te vea, Jesús, entre Moisés y Elías, los dos hombres más religiosos del AT.
Al situarte Lucas en medio de los dos, muestra que eres superior con mucho a
los dos. “La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por
Cristo Jesús” (Jn 1,17).
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Sí, eres
superior a Moisés. También más grande que Elías, pues eres el profeta aclamado
por la voz del cielo: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” (Lc 3,22b).
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Hablaban del éxodo que tú, Jesús, habías de
consumar en Jerusalén. Esta es la razón de tu gloria. Hiciste en todo el
querer del Padre, asumiendo la naturaleza humana y sujetándote a sus leyes,
mientras te hacías donación total por los últimos de la tierra.
4-
Pedro y sus compañeros, aunque estaban
cargados de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a
los dos que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro dijo a Jesús:
Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías. Pedro no sabía lo que decía (9,32,33).
·
Tus
discípulos, Jesús, vieron tu gloria. Atisbaron el misterio de Dios que te
envolvía, y quedaron deslumbrados. Sí, la presencia de Dios sobrepasa las
fronteras de lo humano. Deseo que me acontezca algo semejante.
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Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Pedro
se parece a un niño que en un grupo de mayores no sabe estar e interviene
diciendo cosas inconexas, que no vienen al caso. Tú, Jesús, con tu infinita
paciencia le irás corrigiendo.
5-
Mientras estaba hablando, vino una nube y
los cubrió; y se asustaron al entrar en la nube (9,34).
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Ex
34.4-5: “Moisés subió al monte Sinaí, llevando en sus manos las dos losas de
piedra. El Señor descendió sobre una nube y se quedó allí junto a él”.
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Tú
también, Jesús, te sientes en tu oración en el Tabor envuelto en una nube,
sumergido en Dios.
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¿Qué
vieron en ti tus discípulos para relatar este pasaje? Sencillamente, se dieron
cuenta de que vivías como quien posee la plenitud del Espíritu, como Moisés y
Elías no pudieron hacer nunca.
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Jesús,
enséñame a poner en el centro de mi vida al Espíritu de Dios para que en todo
él sea mi motor y mi fuerza.
6-
De la nube salió una voz que decía: Este es
mi Hijo elegido; escuchadlo.
·
Después
de 2000 años, esta voz sigue resonando en las comunidades cristianas. Tú,
Jesús, sigues siendo nuestro máximo referente para vivir según Dios. Tú sigues
siendo nuestro punto de apoyo para no desviarnos ni un ápice de la dirección
marcada por ti. En nuestro caminar, teniéndote a ti como guía, arribaremos a
buen puerto. Hazme, Jesús un enamorado de tu persona. Gracias, Jesús.
P. Pedro Olalde.
P. Pedro Olalde.