Lc 9,
51-62
1-
1Reyes 19,16b.19-21. El Señor dijo a
Elías: “Unge como profeta sucesor a Eliseo, hijo de Safat, natural de
Abel-Mejolá”. Elías marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando, con doce
yuntas en fila y él llevaba la última. Elías pasó a su lado y le echó encima su
manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:
“Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo”. Elías contestó: “Ve
y vuelve, ¿quién te lo impide?” Eliseo dio la vuelta, tomó la yunta de bueyes y
los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su
gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio.
·
No es
propiamente una unción, sino un relato atípico de vocación. El gesto de echar
encima el manto se convierte en una auténtica elección, ya que el manto
simboliza la personalidad y los derechos de su dueño, por lo que Eliseo pasa a
convertirse en discípulo de Elías.
·
Elías
permite que Eliseo se despida de su familia (a diferencia de Jesús, que
reclamará un seguimiento más radical (Lc 9,61-62). La destrucción de los aperos
y el sacrificio de los bueyes significan la renuncia al oficio anterior, lo
mismo que el banquete significa el abandono definitivo de los padres. De esta
manera, Eliseo está en condiciones de dedicarse plenamente al nuevo oficio.
·
Sin
embargo, en ninguno de los relatos posteriores sobre Elías vuelve a aparecer
Eliseo acompañando a su maestro (a excepción del episodio de la desaparición de
Elías, que en realidad pertenece al ciclo del propio Eliseo (2Re 2). Ello
significa que las tradiciones de uno y otro fueron originariamente
independientes y más tarde se conectaron a través del relato de la vocación.
2-
Lucas 9,51-56. Cuando llegó el tiempo
de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Entonces
envió por delante a unos mensajeros, que fueron a una aldea de Samaría para
prepararle alojamiento, pero no quisieron recibirlo, porque se dirigía a
Jerusalén. Al ver esto, los discípulos Santi ago
y Juan dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los
consuma?” Pero Jesús, volviéndose hacia ellos, los reprendió severamente. Y se
marcharon a otra aldea.
·
En Lc
9,51 empieza una de las secciones más importantes de todo el Evangelio de
Lucas: el relato del viaje de Jesús a Jerusalén. Una entrada tan solemne en la
ciudad de Jerusalén, como destino del gran viaje de Jesús con sus discípulos,
da la impresión de que introduce un nuevo tema.
·
Con todo,
la verdadera intencionalidad de Lucas en esta sección de su Evangelio consiste
en presentar a Jesús en camino hacia Jerusalén, ciudad de la consumación de su
ministerio.
·
Jesús
emprende un camino que va a ocupar casi la mitad de toda la narración; pero da
la impresión de que apenas se mueve. El verbo caminar, ir de camino aparece frecuentemente al comienzo del viaje
(Lc 9,51-53.56-57), pero después se va reduciendo a menciones esporádicas (Lc
19,38; 13,31.33; 17,11; 1928).
·
Jesús es rechazado en Samaría. En el
curso de la narración del viaje encontraremos otros dos episodios cuyos
protagonistas son precisamente dos samaritanos (Lc 10,25-37; 17,11-19). La
actitud de Jesús con respecto a estos personajes es de extrema benevolencia,
con un toque de misericordia. Aquí, en cambio, Jesús vive en su propia carne la
experiencia amarga de no se acogido por la desabrida actitud de una aldea de
samaritanos.
3-
Lucas 9,57-62. Mientras iban de
camino, uno le dijo: “Te seguiré adondequiera que vayas”. Jesús le contestó:
“Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos pero el Hijo del hombre no
tiene donde reclinar la cabeza”.
A
otro le dijo: “Sígueme”. Él replicó: “Señor, déjame ir antes a enterrar a mi
padre”. Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú
ve a anunciar el reino de Dios”.
Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme primero de mi familia”. Jesús le contestó: “El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios”.
Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme primero de mi familia”. Jesús le contestó: “El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios”.
·
Estos
tres relatos ponen en labios de Jesús las actitudes que él mismo exige a sus
futuros discípulos y a todo el que quiera seguirle en su camino. Los dos
primeros proceden de la fuente “Q”, común a Mateo y Lucas. El tercero es propio
de Lucas.
·
El primer
aspirante se ofrece generosamente, con todo entusiasmo y espontaneidad; un
compromiso sin condiciones. Jesús responde con absoluta serenidad; pero deja
bien claro que ser discípulo es una cosa extremadamente seria. El Hijo del
hombre no tiene una morada estable; su condición es caminar; su vida es una existencia itinerante, sin casa, sin
abrigo, sin una familia, sin las condiciones mínimas de una vida ordinaria; “no
tiene donde reclinar la cabeza”. Incluso los mismos animales viven mejor.
·
En el
segundo caso, la invitación viene de Jesús; pero el candidato, aunque dispuesto
a aceptar la oferta, pone sus condiciones. Pide un compás de espera; el tiempo
necesario para cumplir una obligación filial. Pero la respuesta de Jesús no
admite dilaciones: deja que los muertos
entierren a sus muertos. Esta máxima de Jesús se ha considerado muy severa.
De hecho, va contra todas las normas
morales de la religiosidad judía. F. Perles asegura que el equívoco se debe a
una mala traducción del texto griego y dice que el sentido originario era éste:
“Deja los muertos a los sepultureros”. M.
Black propone esta otra traducción: “Deja
que sean los indecisos los que entierren a sus muertos”.
En realidad, Jesús no niega las obligaciones filiales que incumben al aspirante a discípulo; pero lo importante viene en la 2ª parte del versículo: además de los deberes de filiación (y por encima de ellos) hay que tener en cuenta otras perspectivas. En resumen, el sentido de la máxima sería el siguiente: Deja que los (espiritualmente) muertos entierren a sus (físicamente) muertos.
En realidad, Jesús no niega las obligaciones filiales que incumben al aspirante a discípulo; pero lo importante viene en la 2ª parte del versículo: además de los deberes de filiación (y por encima de ellos) hay que tener en cuenta otras perspectivas. En resumen, el sentido de la máxima sería el siguiente: Deja que los (espiritualmente) muertos entierren a sus (físicamente) muertos.
·
El tercer
aspirante es una síntesis de los dos casos precedentes: se asemeja al primero
en su disponibilidad espontánea; pero también, como el 2º, pone sus
condiciones. En este último rasgo resuena el pasaje de la vocación de Eliseo.
·
Aplicación. Somos caminantes hacia lo
definitivo. Nuestra marcha acaba en Dios. Y contamos en nuestro caminar con Alguien que hizo este recorrido primero. Él se ofrece a ser nuestro guía. Nos
enseñó a caminar ligero de equipajes, con gran espíritu de libertad y con
extraordinaria alegría e ilusión.
P. Pedro Olalde.
P. Pedro Olalde.