Real Congregación de Naturales y Originarios de las tres Provincias Vascongadas


En 1715 se reunió en Madrid un grupo de 124 vascongados que decidieron fundar una Congregación con fines benéficos bajo la advocación de San Ignacio de Loyola. El Consejo de Castilla aprobó las Constituciones en 1718 y desde entonces la Congregación, y a lo largo de más de 300 años de historia ha continuado con su misión.

La Congregación tiene como sede la Iglesia de San Ignacio de Loyola, de Madrid, donde realiza sus actividades. Este blog es un canal de información dirigido a todos sus miembros y personas interesadas en conocerla más de cerca.


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Festividad de Santiago Apóstol (25 de julio)

Mt 20,20-28/ Hch 4,33;5,12.27-33;12,2/ 2Cor 4,7-15 (25 julio)

                  Texto de meditación sobre el poder y el dominio en la Iglesia

1-      Hechos 4,33; 5,12.27-33. 12,2. El capítulo 4 de Hechos resalta que en la vida cristiana, lo esencial es la comunión práctica: nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas. Es importante que Lucas diga esto, en una obra en la que el principal protagonista es el Espíritu. Las dos realidades, el compartir comunitario y el dejarse conducir por el Espíritu, no se oponen, sino que van de la misma mano.
·        Pero no es éste el tema de hoy, sino el de las persecuciones. Por eso, aparecen los apóstoles ante el sanedrín, dando testimonio de Jesús, con gran valentía (5,29-32) y siendo azotados por su causa (5,40).
·        Luego, en Hch 12,1-2 se dice: Por entonces, el rey Herodes inició una persecución contra algunos miembros de la Iglesia. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan.
·        Después del martirio de S. Esteban (Hch 7,60), se narra aquí la segunda muerte martirial de un miembro del grupo de los Doce, Santiago, de quien la leyenda cuenta que vino a España a predicar el evangelio. Es muy improbable que lo pudiera hacer, ya que fue ejecutado por orden del Herodes Agripa I, hacia el año 42. Por congraciarse con los judíos (Hch 12,3), este rey manda matar a Santiago, seguramente, por su importancia como mensajero de la BN de Jesús y por ser el representante más destacado de la comunidad cristiana de Jerusalén.

2-      2Cor 4,7-15. Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros (4,7).
·        Pablo, en referencia al ministerio apostólico, habla de él en términos de tesoro, para decirnos, acto seguido, que se trata de un tesoro que llevamos en vasijas de barro. Quiere decirnos que en la fragilidad del hombre se manifiesta la grandeza de la fuerza de Dios. El mismo Pablo se presenta como alguien en quien se ha cumplido esa paradoja: se ve a sí mismo débil y quebradizo, pero siempre asistido por la fuerza de Dios.
·        Aquí es necesario recordar algo que la Iglesia en su acción misionera parece olvidar: que las limitaciones, los sufrimientos y fracasos y la misma muerte generan vida para sí y para los demás.

·        Como tenemos aquel mismo espíritu de fe del que dice la Escritura: Creí y por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos (4,13). Esta cita del Salmo 116, le sirve a Pablo para insistir en la idea de la confianza en el Señor. Pablo está firmemente convencido de que su confianza está en la fuerza de Dios, que no defraudará, como no le defraudó a su Hijo Jesús, sino que le resucitó a la vida eterna, como también lo hará con nosotros.

3-      Mateo 20,20-28. En los ciclos A y B ya se hicieron sendos comentarios de este texto. No vamos ahora a repetir lo que entonces tratamos de explicar.  De todos modos, dada la importancia de la doctrina que expone, cabe siempre hacer variaciones en torno a ella.
·        Como sabemos, el tema es el poder y el servicio, dentro de la comunidad cristiana, dentro de la Iglesia. Frente a la pretensión de los Zebedeos, la de sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en su reino, se alza el ideal del servicio, el ideal de lavar los pies y servir a los hermanos.
·        ¿Hay ejemplos entre los cristianos, de que el ministerio de la presidencia se ejerce en humildad y servicio, imitando así las actitudes de Jesús, pronto a entregar su vida, antes que a imponerse por la fuerza a nadie? Afortunadamente, podemos contestar que sí.
·        De todos modos, los escándalos, a lo largo de la historia de la Iglesia, muestran    que ésta se ha dejado llevar, muchas veces, por la fuerza y la imposición. Se diría que existe en los humanos de cualquier condición, una gran fuerza impulsiva tendente a imponerse, a dominar y a aplastar.
·        El concilio Vaticano II  marcó las directrices en este terreno, aunque nos cueste aceptar su doctrina a más de uno. Definió a la Iglesia como pueblo de Dios, siendo la comunión la marca, la señal, el sacramento de salvación (LG 1 y 2).
·        Definida la Iglesia como pueblo de Dios, brotan de él unos servicios o ministerios, necesarios para su desarrollo, entre ellos, el de la autoridad, querido por Dios.
·        De esta manera, se deja de lado la concepción antigua de que sólo el poder es Iglesia, y el resto de los fieles, un campo en que pueda desplegarse ese poder. El concilio Vaticano II vio en la Trinidad el modelo a imitar en la Iglesia, entre sus diversos miembros, siendo el amor el ingrediente primordial, de tal manera que si éste está ausente, no se realiza el misterio.
·        Estamos, pues, llamados a vivir mostrando dentro de la Iglesia que somos un pueblo de iguales, donde la autoridad comparta su fe con los hermanos, cosa que parece que se hace muy poco. Lejos están los tiempos en que Pío X en la Vehemente Nos, afirma: La Iglesia es una sociedad de desiguales, los pastores y la grey.
·        Nada extraño que el carismático Juan XXIII confesara al embajador francés durante su presentación en el Quirinal: Quiero sacudir todo el polvo imperial que, desde Constantino, se ha pegado en el trono de Pedro.

4-      Recapitulación. Celebramos la festividad de uno de los apóstoles más nombrados en el evangelio, Santiago el Zebedeo.
·        Probablemente, en vida de Jesús no asimiló demasiado el espíritu de su maestro. No entendió gran cosa a aquel Jesús que se ciñó el delantal y se puso a lavar los pies a sus discípulos (Jn 13). No comprendió mucho al que sentenció: El que quiera ser el primero entre vosotros, sea vuestro servidor (Mt 20,26). No entendió demasiado al que dijo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, le darán muerte, pero al tercer día resucitará (Mt 17,22-23).
·        Con la iluminación del Espíritu, su mundo interior se transformó, su escala de valores cambió. En adelante, ya no aspiró a sentarse ni a la derecha ni a la izquierda en el trono de gloria.
·        Los cristianos, incluidos los obispos, ¿hemos aprendido algo de la Buena Nueva de Jesús o seguimos anclados en los viejos estereotipos mundanos de afán de dominio y de grandezas?


 P. Pedro Olalde.

15º Domingo ordinario (21 de julio)

Lc 10,25-37

                                     Versión libre


Iba el Maestro Nazareno, camino de Jerusalén, deteniéndose en cada pueblo y aldea y dejando la huella de la presencia de Dios en los corazones de sus oyentes.

La lámpara de barro ardía en un ángulo de la plaza rectangular, aquel atardecer. Jesús, rodeado de una gran multitud, seguía instruyéndoles. Tímidamente, la luz de la estrella vespertina descendía desde los cielos, portadora de bendiciones.

Fue entonces cuando un hombre distinguido, un maestro de la ley, vestido con un manto de lino, se acercó a Jesús y le dijo: Maestro, te escucho con gusto, pero sólo te oigo hablar de compartir lo que uno tiene y de dar de comer al hambriento. Todo eso está muy bien, pero ¿no te parece que se te está olvidando lo más importante? Me gustaría que hablases menos de los hombres y más de Dios.

Luego, sin esperar la contestación de Jesús, le hizo una segunda pregunta: ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? El cielo se cubría de densas nubes tormentosas, como presagiando la llegada de una posible borrasca dialéctica.

 Jesús, sabiendo que le había preguntado para tentarle, no quiso adentrarse en las  arenas movedizas de una agria discusión, y para ayudarle, le contestó: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? El maestro de la ley respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.

El público, que seguía con gran interés aquel diálogo, se sintió identificado con la respuesta dada por el letrado. Jesús le dijo: Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás.

El coloquio entre el Maestro y el letrado continuaba siendo constructivo y, al parecer, sin estridencias. En ese momento uno de los asistentes pensó cómo habría acabado la escena si Jesús hubiera adoptado una actitud agresiva.

Entonces, el diálogo cogió un nuevo rumbo cuando el letrado le preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?

Jesús respondió: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Transitaba por aquella carretera solitaria con paso decidido hasta que al llegar a una zona boscosa, se hizo un gran silencio y de varios puntos diferentes surgieron varios salteadores que le desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto.

Había emprendido su caminata a través de una zona poblada de forajidos que vivían de asaltar a inocentes que osaban adentrarse por aquel lugar siniestro. Los cielos se cubrieron de nubarrones, y la miseria golpeó inmisericorde al caminante indefenso.

Quiso el azar que un sacerdote pasara por aquel lugar; al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Luego, pasó por el mismo sitio un levita que se dirigía al Templo de Jerusalén; al verlo, miró a otro lado y se alejó de él. Sombras siniestras parecían  poblar aquel lugar infausto.

El hombre malherido, que lo contemplaba todo, se encomendaba a su Dios, mientras le decía: Señor, tus representantes en la tierra me han visto, pero se han alejado. No permitas que siga olvidado en este lugar de muerte. Enciende tu luz cegadora en el alma de un viandante compasivo.

No pasó mucho tiempo sin que un samaritano que iba de viaje a Jerusalén llegara hasta el lugar donde se encontraba el infortunado y al verlo, se le conmovieron sus entrañas, se acercó a él y le vendó las heridas, con aceite y vino.

Agradecido por la visita del mensajero de lo alto, prosiguió su oración: Gracias, Señor, por enviarme tu ángel para curarme mis heridas, poniéndome a salvo de las garras de los asaltantes.

Luego, el buen samaritano lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios de plata y dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes te lo pagaré a la vuelta”.

¡Alabado seas, mi Señor! ¡Bendito el momento en que este hombre compasivo me miró a los ojos fijamente y se compadeció de mí!¡Felices los humanos que poseen un corazón de carne y sienten piedad por los infortunados que son víctimas de la crueldad de los desalmados!

Aquí  terminó Jesús la narración del samaritano compasivo y dirigiéndose a su interlocutor, le preguntó: ¿Qué te parece? ¿Cuál de estos 3 personajes se hizo prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

No contestó Jesús a la pregunta del letrado: ¿Quién es mi prójimo?, porque lo importante no es saber quién es el prójimo, sino “hacerse” prójimo, como el samaritano; y  dar rodeos para alejarse de los innumerables caídos en las cunetas de la vida será siempre una triste realidad.

El maestro de la ley le contestó: El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: Pues nada, haz tú lo mismo. Esta fue la bella historia que contó el Maestro Jesús para movernos a la piedad hacia quienes han sido víctimas de la maldad de sus hermanos.

Desde hace 2000 años, en algún lugar  del mundo la historia del buen samaritano que contó Jesús, se está repitiendo cada hora, para alivio de los desafortunados que son presa de la crueldad inmisericorde de hombres sin entrañas.

 P. Pedro Olalde.

14º Domingo ordinario (7 de julio)

Lc 10,1-12.17-20

1-   Lucas 9,1-6. Aparte del texto del capítulo 10 sobre la misión, hay otro relato más breve en Lc 9,1-6, que dice así: Jesús convocó a los doce y les dio poder para expulsar toda clase de demonios y para curar las enfermedades. Luego les envió a predicar el reino de Dios y a curar a los enfermos. Y les dijo: No llevéis para el camino ni bastón ni alforjas ni pan ni dinero ni tengáis dos túnicas. Cuando entréis en una casa quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar. Y donde no os reciban, marchaos y sacudid el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos. Ellos se marcharon y fueron recorriendo las aldeas, anunciando el Evangelio y curando por todas partes.
·        Estando todavía  en Galilea, Jesús envía al grupo de los Doce con una misión de predicar y de curar. En el capítulo 10 el grupo es más numeroso: setenta y dos, que son enviados por Jesús por delante para prepararle el camino.
·        Sólo la redacción de Lucas habla de dos misiones: la de los Doce (9,1-6) y la de los setenta y dos (10,1-12). Las instrucciones que se dan a estos “otros” del capítulo 10 coinciden, al menos en parte, con las que Jesús da a los Doce en la redacción de Mateo 10,5-15. Se deduce, pues, con toda claridad que este 2º envío en misión es un “duplicado” de Lucas, compuesto a base de materiales procedentes de la fuente “Q”, común a Lc y Mt. Así pues, Lucas ha construido dos episodios, dos envíos, con sus respectivas instrucciones: la misión de los Doce y la misión de otros setenta y dos.
·        Por otra parte, no hay ningún indicio para suponer que Jesús no se rodeó de discípulos ni que los preparó para predicar la llegada del Reino, enviándolos en una especie de misión experimental.

2-   Lucas 10,1-12. Después de esto, el Señor designó a otros 72 y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar. Y les dio estas instrucciones: La mies es abundante, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforjas ni sandalias ni saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros. Quedaos en esa casa, y comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa.                                                                                             Si al entrar en un pueblo, os reciben bien, comed lo que os pongan. Curad a los enfermos que haya en él, y decidles: Está llegando a vosotros el reino de Dios. Pero si entráis en un pueblo y no os reciben bien, salid a la plaza y decid: Hasta el polvo de vuestro pueblo que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos y os lo dejamos. Sabed de todas formas que está llegando el reino de Dios. Os digo que el día del juicio será más tolerable para Sodoma que para ese pueblo.
·        Según la concepción de Lucas, la magnitud de la tarea, la mies es abundante (v. 2), requiere no sólo la misión de los Doce (9,1-6), sino el envío de “otros 72 discípulos”. La razón de este duplicado, en el evangelio de Lucas, parece ser la idea de que la misión no puede quedar restringida al grupo de los Doce, sino que también “otros” tienen que proclamar con su testimonio el  significado salvífico de la persona y de la palabra de Jesús.
·        Las instrucciones de Jesús no contienen únicamente la misión de proclamar el Reino y curar las enfermedades, sino que incluyen, además, una insistencia en la oración; hay que pedir a Dios que envíe colaboradores, porque así lo requiere la abundancia de la cosecha. El éxito de la misión dependerá no sólo del trabajo de los discípulos, sino también de una súplica perseverante.
·        El dueño de la mies es Dios, cuyo reinado hay que proclamar. En Lc 8,11 se comparaba la palabra de Dios con una semilla; aquí la proclamación del Reino se compara, indirectamente, con la cosecha de una mies abundante. La instrucción subraya la necesidad de discípulos con función de colaboradores: como Jesús fue enviado a predicar (Lc 4,18), así él envía a “otros”, y en cantidad (Lc 10,1: a setenta y dos); ellos serán sus representantes (Lc 10,16).
·        Estos 72 discípulos son enviados como corderos entre lobos; inermes y débiles, con la precariedad de su situación expuesta a toda clase de ataques y enfrentamientos.
·        Las instrucciones de Jesús son aquí más específicas que en Lucas 9,1-6. Emergen dos rasgos importantes: premura eficiente y previsible hostilidad. La predicación del Reino no tolera estorbos de ninguna clase; la curación de los enfermos debe llevarse a cabo de manera rápida, como corresponde a braceros en época de recolección. Los discípulos tienen que darse cuenta de que su cometido no va en la línea de convencionalismos sociales ni busca la comodidad; el objeto de su palabra y de su acción llegará a apartarlos de la gente. No habrá tiempo para saludos ni para exquisiteces en la comida ni para alojamientos más confortables. Su proclamación tiene que ser: el reino de Dios está cerca de vosotros. Su preocupación por el Reino tiene que ser la del segador frente a unas mieses que tiene que cosechar antes de que se pudran.
·        La instrucción propiamente dicha se cierra con la mención de Sodoma que, a pesar de sus depravaciones, correrá una suerte mucho más favorable en el juicio que cualquier ciudad que se resista a recibir a los mensajeros de la buena noticia de salvación.  Probablemente, esta nota de rigor proceda más de la comunidad que del mismo Jesús.
·        En estas dos series de Instrucciones (Lc 9,1-6; 10,1-12), el evangelista se dirige a la comunidad cristiana de su tiempo con el propósito de fundamentar su acción misionera, relacionándola con el ministerio público de Jesús. De esta manera, la enseñanza de la comunidad cristiana, en pleno “tiempo de la iglesia”, muestra sus profundas raíces en el propio “tiempo de Jesús”, en su enseñanza y en su expreso mandato.
·        Aplicación. Si el éxito de la rápida extensión del cristianismo, en sus comienzos, se debió a la conciencia misionera y a la labor efectiva de cada creyente, los tiempos modernos que vivimos nos obligan a redoblar esfuerzos para que hoy cada creyente convencido sea un auténtico apóstol para transmitir a los demás la mayor gracia que gratuitamente ha recibido: la de haber conocido a Jesucristo y sentirse  transformado, salvado por él. 

P. Pedro Olalde.