Jn 2,1-12
1-
Lo
primero, enamorarse. Un hombre,
después de mucho tiempo caminando, llegó al lugar donde vivía un gran sabio. Al
recibirle, le pidió encarecidamente: Muéstreme el camino hacia Alá. -¿Te has
enamorado alguna vez de alguien?, preguntó el sabio. -¿Enamorarme? ¿Qué es lo
que el gran maestro quiere decir con eso? Me prometía a mí mismo jamás
aproximarme a una mujer, huyo de ellas
como quien intenta escapar de una enfermedad. Ni siquiera las miro. Cuando
pasan, cierro los ojos.
·
-Procura volver a tu pasado e intenta descubrir
si alguna vez, en toda tu vida, hubo algún momento de pasión que dejase a tu cuerpo y a tu espíritu llenos
de fuego.
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-Vine hasta aquí para aprender a rezar, y no a
cómo enamorarme de una mujer. Quiero ser guiado hasta Alá. Y usted insiste en
querer llevarme hacia los placeres de este mundo. No entiendo lo que desea
enseñarme.
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El sabio permaneció silencioso algunos minutos y
finalmente dijo: -No puedo ayudarte. Si tú nunca tuviste alguna experiencia de
amor, nunca conseguirás experimentar la paz de una oración. Por lo tanto,
regresa a tu ciudad, enamórate, y vuelve
a buscarme sólo cuando tu alma esté llena de momentos felices.
·
Sólo una
persona que entiende el amor puede comprender el significado de la oración.
Porque el amor por alguien es una oración dirigida al corazón del Universo, una
plegaria que Alá colocó en las manos de cada ser humano como un presente
divino. (SABIDURÍA SUFÍ. La danza del corazón).
2-
Oseas
11,1-11. Oseas, ya en el siglo VIII a. C., se dio cuenta de que la
expresión el “Dios de la Alianza” era poco conveniente para aplicársela a Dios.
Le parecía muy mercantil. No era lo más adecuado, según Oseas, concebir a Dios
haciendo pactos con el pueblo, como si Dios dijera a Israel: Si me honras te bendeciré.
·
Partiendo de su experiencia matrimonial vio que
él, siendo un hombre limitado, fue capaz de vivir feliz amando a los suyos, y
reflexionaba así: Si yo, que no soy más que un pobre hombre, puedo querer a
fondo, ¿cuánto más no nos amará a nosotros, sus hijos, este Dios que es la suma
perfección?
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Y así concibe a Dios como un AMANTE enamorado de
su ESPOSA, que somos todos nosotros. En esta relación Amante-Esposa, el que
lleva la iniciativa es Dios.
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En el capítulo XI, Oseas se explaya para pintar
con vivos colores el enamoramiento de Dios hacia su pueblo. Yo enseñaré a andar a Efraín, y le llevaré
en mis brazos, pero no han comprendido que era yo quien los cuidaba (11,3). Fui
para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas (11,4). ¿Cómo te trataré,
Efraín? El corazón me da un vuelco y todas mis entrañas se estremecen (11,9).
3-
Isaías
62,1-5. Isaías retoma el tema de la boda de Dios con Israel para ahondar en
el amor a Yahvé hacia su pueblo. El profeta muestra su apremio para no callar,
para no descansar hasta anunciar la liberación, la luz y la salvación (62,19).
Y en Isaías 62,5, afirma el profeta que Yahvé
está enamorado y quiere celebrar sus bodas con Israel, con nosotros.
Dice: Como un joven se casa con su novia,
así se casará contigo tu constructor; como goza el esposo con la esposa, así
gozará contigo Dios.
·
Hace, pues, más de 2600 años que los testigos de
Dios, los profetas concibieron que a Dios le caía muy bien el apelativo de
enamorado de su pueblo y expresaron su sentir con las frases propias del esposo
amante y esposa amada. ¿Nos lo creemos? ¿Lo experimentamos?
4-
Juan
2,1-12. Juan es el único evangelista que, siguiendo el hilo conductor de
Oseas e Isaías, utiliza el tema de las relaciones amorosas de Dios con su
pueblo. Recoge, sin duda, el sentir de la comunidad carismática, que brilla por
su libertad y amor, más que por su obediencia a la autoridad y a la
subordinación a la ley.
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En su evangelio, Juan relata 7 signos, que son
otros tantos hechos simbólicos. Quien no sea capaz de captar el simbolismo de
estos textos se verá imposibilitado de entender la gran hondura de estos
pasajes.
·
Empieza Juan narrando la boda de una pareja judía.
En el banquete falta vino, y la madre advierte a su hijo del apuro en que se
encuentran los novios. María avisa a los sirvientes: Haced lo que él os diga.
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A una orden de Jesús, los sirvientes llenan de
agua 6 tinajas grandes y llevan un vaso al maestresala. Y se produce el
milagro. Al probarlo, encuentra que el vino es excelente.
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Es una pena que este texto tan precioso se
explique diciendo que Jesús convirtió 450 litros de agua en otros tantos litros
de vino de calidad. No es esa la intención del evangelista. El convertir el
agua en vino lo hacen los viñedos. El agua caída sobre ellos durante el año se
convierte, al exprimir las uvas y al ser fermentadas, en vino.
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Juan se centra en un tema teológico, en la línea
de Oseas e Isaías. Y lo que nos quiere transmitir es que, al llegar la plenitud
de los tiempos, Dios Padre quiso celebrar sus bodas con la humanidad en la
persona de su Hijo Jesús.
5-
Aprender
a vivir enamorados de Dios, dejándonos amar. Más de un cristiano cree que a
Dios amamos, amando al prójimo. Piensan que
Dios no puede ser amado por nosotros y se sienten muy poco o nada amados
por Él. Dicen que la razón es que a Dios no le vemos. Al parecer, sólo podemos
amar lo que está al alcance de nuestra vista.
·
Juan de la Cruz, que algo entendía de esto, dice:
Comunícase Dios al alma con tantas
veras de amor, que no hay afición de
madre, que con tanta ternura acaricie a su hijo ni amor de hermano ni amistad
de amigo como la de Dios. Viene, pues, a decir Juan de la Cruz: Jamás ha existido en la historia de la
humanidad ninguna madre que haya acariciado a un hijo suyo como Dios está
acariciando a todos y desde siempre.
·
Ante el amor de Dios, la única respuesta sana y
madura es aprender y dejarse amar, como hizo Jesús. Él simplemente se dejó amar
por el Dios eterno, como el hijo que se deja querer por su madre, confiando
plenamente en Él. Este es el Dios del místico.
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Y ¿puede el creyente amar a Dios? Claro que sí.
Lo expresa Juan de la Cruz así: Ande
siempre la persona deseando a Dios y aficionando a Él su corazón, para así
crear cierto sistema inmunológico espiritual. Es decir, ha de convertir en
hábitos ciertos actos como son la “emoción irresistible” (un amor más grande),
y vivir con cierto contento interior y educarse en la tolerancia a la
frustración.
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Y ¿cómo podemos amar a Dios? Comunicándonos
mucho con Él en la oración, agradeciéndole la vida y la salvación recibidas,
construyendo el reino, amando al prójimo…
P. Pedro Olalde.