Lc 9,11-17
Comentario
libre
1-
La mañana estaba ya muy entrada, se
oía el cantar monótono de un pájaro, y las hojas del naranjo susurraban en lo
alto de la copa. En ese momento, los doce regresan de su misión y cuentan a
Jesús todo lo que han hecho.
·
Exultantes de gozo como están, no
pueden disimular su alegría interior, que se refleja en la luminosidad de sus
rostros. Jesús los acoge con proverbial bondad y les invita a un descanso de
media jornada a las orillas del lago en un paraje solitario cercano a Betsaida.
·
Tan pronto como los discípulos con su
Maestro llegan al lugar, ven que les sigue toda la gente, que, entusiasmada de
Jesús y de su enseñanza, no puede separarse de él. Cariñosamente Jesús les
atiende y les instruye sobre el reino de Dios, sanándoles de sus dolencias a
los que lo necesitaban.
·
Cuando el día empieza a menguar y las
tinieblas van a extender su negro manto por doquier, se acercan los doce a
Jesús para decirle: Despide a la gente para que se vayan a las aldeas y
caseríos del contorno a buscar albergue y comida, porque aquí estamos en
despoblado.
·
Jesús les dijo: Dadles vosotros de
comer. A algún apóstol debió cruzarle por la mente la idea de que el Maestro
busca el lado más difícil de la situación. ¿Cómo podemos dar de comer a toda la
gente en un despoblado, no teniendo ni dinero ni un lugar para comprar
alimentos?
·
Pero Juan, el que tanto sintonizaba
con Jesús, pensó que no era disparatada la invitación del Maestro. Para
entonces había visto que la gente llevaba algo de comer en sus zurrones. Sería
cuestión de compartir lo que llevaba cada uno.
·
Jesús quiso hacer un gran signo de
fraternidad y de fiesta para que los más pobres pudieran, al menos esa tarde,
comer el alimento que el Padre Dios concede gratuitamente para todos.
·
Cuando los grupos estuvieron
formados, “Jesús tomó los 5 panes y los 2 peces que llevaba un niño, y
pronunció la bendición”. Y comieron todos hasta saciarse.
·
El milagro se produjo gracias a la
bendición de Jesús. Con esta bendición, el alimento se multiplicó, ya que el
espíritu solidario de unos se fue contagiando, de modo que hubo abundante
comida para todos.
2- En el Día de la Caridad miramos A ESTE MUNDO Y GRITAMOS: ¡Qué poca
caridad y qué poca solidaridad y justicia! Y aún podríamos decir: ¡Qué poca
humanidad! La imagen que da el mundo no es la del buen samaritano, sino la del
rico Epulón; unos pocos “epulones” y un sinfín de “lázaros” agonizantes.
·
Pero
en el Día del Corpus levantamos
también nuestra mirada al Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y no podemos menos
de exclamar: ¡Qué generosidad y qué amor y qué cercanía y qué humildad!
·
Porque
vio a los hombres hambrientos, Cristo multiplicó los panes, gratis, sin buscar
siquiera el aplauso. Porque vio a los hombres con hambres más hondas, Cristo se
hizo pan y se partió para que lo comieran. Y porque vio a los hombres tristes,
Cristo se hizo vino y se ofreció para ser bebido.
3- El constructor de puentes
·
Una
vez, dos hermanos que vivían en fincas vecinas, separadas solamente por un
pequeño arroyo, entraron en conflicto. Fue la primera gran desavenencia en toda
una vida trabajando lado a lado, compartiendo las herramientas y cuidando uno
del otro. Durante muchos años recorrieron un camino estrecho y muy largo que
acompañaba la orilla del arroyo para, al final de cada día, poder cruzarlo y
disfrutar la compañía del otro. A pesar del cansancio, hacían la caminata con
placer, pues se amaban.
Pero ahora, todo había cambiado. Lo que había empezado con un pequeño malentendido, finalmente explotó en un intercambio de palabras ásperas, seguidas por semanas de total silencio.
Pero ahora, todo había cambiado. Lo que había empezado con un pequeño malentendido, finalmente explotó en un intercambio de palabras ásperas, seguidas por semanas de total silencio.
·
Una
determinada mañana, el hermano mayor oyó que golpeaban a su puerta. Al abrir se
encontró ante un hombre que llevaba una caja de herramientas de carpintero en
la mano. Estoy buscando trabajo, le
dijo. Quizá usted tenga algo para hacer,
por pequeño que sea. –Sí, le dijo el campesino, claro que tengo trabajo para ti. Ves aquellos campos más allá de aquel
arroyo. Son de mi vecino. En realidad, mi hermano menor. ¡Nos peleamos y no
puedo soportarlo más! ¿Ves aquella pila de madera cerca del granero? Quiero que
construyas una cerca bien alta a lo largo del arroyo para que no tenga que
verlo más.
·
-Creo que entiendo la situación, dijo el carpintero. Muéstreme dónde está la pala, el martillo y
los clavos, que con seguridad haré un trabajo que lo dejará satisfecho. Como
necesitaba ir hasta el pueblo cercano, el hermano mayor mostró al carpintero
dónde estaba el material y se marchó.
·
El
hombre trabajó arduamente durante todo el día. ¡No había ninguna cerca! En vez
de la cerca había un puente que unía las
dos orillas del arroyo.
· Era
realmente un hermoso trabajo, pero el campesino se enfureció y le dijo: Tú has sido muy atrevido construyendo ese
puente, después de todo lo que te conté. Sin embargo, las sorpresas no
habían acabado aún. Al mirar otra vez hacia el puente, vio al hermano
aproximándose desde la otra orilla, corriendo con los brazos abiertos. Por un
instante, permaneció inmóvil. Pero, de repente, en un único impulso, corrió
hacia su hermano y se abrazaron en medio del puente. El carpintero estaba
marchándose con su caja de herramientas cuando el hermano que lo contrató le
pidió emocionado: Espera. Quédate con
nosotros algunos días más. Pero el carpintero contestó: Me gustaría mucho quedarme, pero tengo
muchos otros puentes para construir.
P. Pedro Olalde.