Lc 19,1-10
1- Lucas 19,1-10. Jesús entró en Jericó y atravesaba la
ciudad. Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, que
quería conocer a Jesús. Pero, como era bajo de estatura, no podía verlo a causa
del gentío. Así que echó a correr hacia delante y se subió a una higuera para
verlo, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó
los ojos y dijo: Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu
casa. Él bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos
murmuraban y decían: Se ha alojado en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso
en pie ante el Señor y le dijo: Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los
pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más. Jesús le dijo: Hoy
ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán. Pues
el Hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido.
2- Versión libre
·
Anochecía sobre el cielo de
Jerusalén. El alboroto de las horas centrales del día dejaba paso a un
silencioso atardecer, al tiempo en que el sol enviaba su último saludo. Pronto,
la oscuridad se adueñó de toda la ciudad, de modo que maestro y discípulos se
afanaron en encontrar un lugar en donde descansar al abrigo de la frescura de
la noche.
·
Siguiendo su costumbre, Jesús, a la
luz de la pálida luna, se distanció del grupo para orar a solas. A su regreso,
los encontró profundamente dormidos.
· De mañanita, todavía cuando un
profundo silencio envolvía a la ciudad, se fueron despertando todos, para
acompañar a su maestro en su ida a Jericó.
· Cuando el pájaro matinal no había
acabado todavía su concierto, se pusieron en marcha hacia su destino, distante
unos 30 kilómetros. Bajo el dosel dorado del cielo matinal, aceleraban el paso
en su descenso a Jericó.
· Sabían que era una ruta infestada de
maleantes. Pero los rudos discípulos se sentían invencibles en el campo de
batalla. Al acercarse a las zonas más boscosas ahuyentaban el miedo elevando la
voz y profiriendo frases de desafío contra los ocultos enemigos.
· Van transcurriendo las horas sin que
los peligrosos fantasmas hagan su aparición, cuando ya se encuentran próximos
al lugar deseado, Jericó, la ciudad de las rosas, la que Josué conquistó con el
clamor de las trompetas.
· Ya para aquel otoño, Jesús era muy
conocido en todo el país, desde las tierras de la tribu de Dan hasta el desierto
de Idumea, desde el mar de los fenicios hasta las secas montañas del Moab.
· Al llegar a la ciudad, los vecinos se
alborotaron un tanto y se fueron acercando a conocer a Jesús. ¡Qué bueno que
viniste, profeta nazareno!, le dijo uno. ¡Deseamos escuchar al heraldo de
Dios!, exclamó, a su vez, una mujer con un bebé en brazos.
· Jesús les saludó muy atento, y pronto
el gentío se puso en movimiento hacia el centro de la ciudad. Muchos desde sus
casetas se asomaban al exterior, ante el enorme bullicio que, por momentos, se
iba agrandando.
· Al atravesar la gran Alameda con
árboles a ambos lados de la calzada, los que encabezaban la peregrinación
fueron los primeros en divisar encaramado a un árbol a un hombre bajo de
estatura, que luego supieron que era Zaqueo. Rico y conocido en la ciudad, como
publicano prestaba dinero a un interés elevado, razón por la cual tenía mala fama.
· Este hombrecito había oído hablar de
Jesús y se despertaron en él vivos deseos de saber cómo era. Cuando el grupo de
los discípulos con su maestro estaban cerca de Zaqueo, Pedro le hizo saber a
Jesús que un hombre estaba subido a una higuera.
· Pensó Jesús que este hombre podía
tener hambre del reino de Dios y se dispuso a emplearse a fondo con él. Se
detuvo ante el árbol, miró y sonrió al hombre, y sin más preámbulos le dijo:
Zaqueo, baja que hoy debo hospedarme en tu casa.
·
El interpelado descendió
aceleradamente y saludó a Jesús, no
comprendiendo que hubiera escogido el hogar de aquel hombre mal visto por
todos.
·
Cuando la gente supo que Jesús iba a
hospedarse en casa de un publicano, empezaron a murmurar de él, sin comprender
aquel hospedaje en casa de alguien con muy mala reputación.
· Poco después, los discípulos y Jesús
entraron en casa de Zaqueo. Éste preparó la mesa, puso el mantel y les ofreció
una copiosa cena. Pero el plato principal estuvo a cargo de Jesús, el de la
plena aceptación como amigo a un diferente.
· A lo largo de la cena, Zaqueo se sintió
agradecido, porque todo un profeta de Israel quiso distinguirle alojarse en su
hogar.
·
El hombre de baja estatura se mostró
grande y generoso y abrió ampliamente su corazón a Jesús, dándole a conocer
todo lo que hacía, los desprecios que recibía de la gente… Nunca antes estuvo
Zaqueo tan cerca de un hombre de Dios. Por eso aprovechó su presencia para
prometerle un cambio total en su vida.
· Y así, hacia el final de aquel
memorable encuentro, se puso en pie y queriendo dar una cierta solemnidad al
acto, dijo del fondo de su corazón: Profeta nazareno Jesús, me siento muy
agradecido por haber querido honrarme con tu presencia. Ante ti y ante todos
vosotros, prometo dar un cambio radical a mi vida. Quiero devolver lo robado a quienes
he prestado dinero a un elevado interés. Doy también mi palabra de honor de
entregar la mitad de mis bienes a los que
carecen de lo más necesario.
·
Jesús se sintió emocionado al
escuchar las palabras de conversión del publicano rico y levantándose en el
acto, se fundió con él en un gran abrazo.
P. Pedro Olalde.