Mt 6,24-34 / Is 49,14-15
1- Mateo 6,24. Nadie puede servir a dos amos; porque odiará a uno y querrá al otro. No
podéis servir a Dios y al dinero.
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Si
deseo, Señor, que tú seas mi riqueza, no puedo poner mi corazón en el dinero;
no quiero contribuir a que los bienes de unos pocos sean a costa de la pobreza
de muchos.
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Ante
esta página evangélica, hoy no quiero pensar que los ricos son los otros,
porque es rico quien, en un grado u otro, tiene para sí más de lo que necesita,
mientras otros carecen de lo indispensable.
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Quiero
dejarme interpelar por esta palabra para no vivir disfrutando
despreocupadamente de mis cosas, sin sentirme jamás interrogado por la pobreza
de los menesterosos.
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¿Puede
la Iglesia anunciar el Evangelio en
Europa sin plantearse las preguntas que apenas nadie se quiere hacer?
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¿Cómo
se entiende que haya personas que mueran de hambre, si Dios nos ha dado una
tierra con recursos suficientes para todos? ¿No estoy asumiendo con toda
normalidad que todos los días mueren de hambre miles de personas? El Padre Dios
no puede aprobar que sus hijos sean tan irresponsables.
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Si nada humano me es indiferente, como dijo el comediógrafo latino
Terencio, ¿cómo es que no me duelen más los millones de muertos de hambre cada
año? ¿Cómo se entiende que en esta época de tanto avance técnico no hayamos
solucionado, entre todos, un problema tan humano y tan grave? La no solución de
este problema ¿se debe acaso a que esta sociedad engendra monstruos humanos
inmisericordes y egoístas hacia sus
semejantes?
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Deseo
huir de la trampa mortal que me acecha
de ser un esclavo sin cadenas, con peligro de estar atado a un sinfín de
caprichos y falsas ilusiones. Estas cadenas interiores son más fuertes que las
reales. ¿Cómo liberarme de ellas?
2- Isaías 49,14-15. Sión decía: Me ha abandonado Dios. El Señor me ha olvidado. ¿Acaso olvida
una mujer a su hijo; y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella
se olvide, yo no me olvidaré.
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Surcando los mares nocturnos, he
llegado al banquete del día y encontrado el cáliz de oro lleno de luz. He
vislumbrado que quien presidía tenía silueta de mujer, que dejaba embelesados a
los recién llegados, por sus ardientes abrazos.
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Dios Madre, cuyo corazón palpita de
amor ante cada criatura, no te he visto nunca, pero te imagino como la más
tierna de las madres. Como no hay madre que no se enternezca ante sus hijos,
así eres tú, Madre Dios: se te conmueven todas tus entrañas ante cada una de
tus criaturas.
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¿Hay
alguna mujer que quiera a sus hijos durante 8 años para luego olvidarlos de por
vida? No. Una madre ama siempre a sus hijos. Así eres tú, mi Dios, solo que
multiplicado por mil. Tu amor es incalculable. Perdona, Madre Dios, que la duda
planee sobre mi cabeza: ¿cómo es que el Altísimo Dios se puede interesar por
una criatura? Me postro reverente para hacer un profundo acto de fe en tu
infinito amor. Aun sin entender muy bien, te doy las más rendidas gracias.
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No
te conformas con habernos lanzado a la vida y regalado el hogar tierra para
nuestra felicidad. Tras el breve paréntesis de esta vida, has dispuesto
llevarnos contigo y hacernos sentar a la Mesa Redonda en el reino de los
cielos.
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Ya
sé que tú gozas infinito al vernos a todos tus hijos sentados contigo en torno
a la mesa de la fraternidad, pero a mí me cuesta imaginarte que tu amor por
nosotros es mil veces la de la mujer más efusiva del universo, que se deshace
en abrazos de amor a sus hijos queridos. Te lo digo, porque quisiera tener un
gran convencimiento interior de que es así.
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¿Acaso se olvida una mujer de su
hijo? Pues aunque ella se olvide, yo nunca te olvidaré. Así es: tú, mi Dios, velas mi sueño,
cada día, como hace la mejor de las madres con sus hijos. Nada tengo que temer.
Gracias, por tu infinito amor. Gracias por compartir tu felicidad con tus
criaturas. Gracias, mi Dios.
3-
Mateo 6,25-31. Por eso os digo: No andéis
preocupados pensando qué vais a comer o a beber o con qué os vais a cubrir
vuestro cuerpo. Fijaos en las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen
en graneros, y, sin embargo, vuestro Padre las alimenta. Fijaos cómo crecen los
lirios del campo… Así que no os inquietéis.
Isaías 49,16.25. Sión, fíjate en mis manos: te llevo tatuada en mis palmas. Esto dice el
Señor: Yo defenderé tu causa, yo salvaré a tus hijos.
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EL
RITO DE LOS INDIOS CHEROKEE. ¿Conoces la historia del rito del paso de la
infancia a la juventud de los indios Cherokee? Cuando el niño empieza su
adolescencia, su padre le lleva al bosque, le venda los ojos y se va dejándolo
solo. Él tiene la obligación de sentarse en un tronco toda la noche y no puede
quitarse la venda hasta que los rayos del sol brillen de nuevo en la mañana. No
puede pedir auxilio a nadie. Una vez que sobrevive a esa noche, él ya es un
hombre. El niño naturalmente está aterrorizado. Puede oír toda clase de ruidos:
bestias salvajes que rondan a su alrededor, lobos que aúllan, quizás algún
humano que puede hacerle daño. Escucha el viento soplar sentado estoicamente en
el tronco, sin quitarse la venda; ya que es la única manera como puede llegar a ser un hombre. Por último,
después de esa horrible noche, aparece el sol, y el niño se quita la venda… //
Es entonces cuando descubre a su padre sentado junto a él. Su padre no se ha
ido, ha velado toda la noche en silencio, sentado en un tronco, para proteger a
su hijo del peligro sin que él se dé cuenta. // Cuando vienen los problemas y
la oscuridad, lo único que tengo que hacer es confiar en Ti, Padre. Algún día
vendrá el amanecer y te veré cara a cara tal cual eres. En la noche más negra,
recordaré quién eres Tú, Padre Dios. En la batalla más cruenta, no me olvidaré
que eres mi Padre lleno de ternura.
P. Pedro Olalde.