Real Congregación de Naturales y Originarios de las tres Provincias Vascongadas


En 1715 se reunió en Madrid un grupo de 124 vascongados que decidieron fundar una Congregación con fines benéficos bajo la advocación de San Ignacio de Loyola. El Consejo de Castilla aprobó las Constituciones en 1718 y desde entonces la Congregación, y a lo largo de más de 300 años de historia ha continuado con su misión.

La Congregación tiene como sede la Iglesia de San Ignacio de Loyola, de Madrid, donde realiza sus actividades. Este blog es un canal de información dirigido a todos sus miembros y personas interesadas en conocerla más de cerca.


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San Ignacio de Loyola (31 de julio de 2017)


1-       Los hijos de San Ignacio. San Ignacio dedicó sus afanes a crear la Orden de los Jesuitas, que la experiencia ha demostrado ser una de las Órdenes que más ha trabajado por el reino de Dios, por la Iglesia. Hoy, queremos recordar la influencia que tuvieron los hijos de San Ignacio en el Concilio Vaticano II.

2-       El trabajo de Karl Rahner y de sus compañeros jesuitas. Karl Rahner fue considerado como el “hombre más poderoso” y el “oculto arquitecto del Concilio”. Está fuera de toda duda que él trabajó hasta el agotamiento para el Concilio.

·         Cuando fue rechazado el primer esquema “De ECCLESIA”, preparado por los organismos oficiales, los obispos alemanes encargaron la redacción de otro esquema completamente nuevo sobre el tema Iglesia. Fue redactado por un equipo de 4 padres jesuitas encabezados por Karl Rahner.  El texto que resultó finalmente aprobado y presentado al Concilio por el episcopado alemán no tiene parangón entre los textos eclesiológicos que circularon en el Vaticano II. Difícilmente pueda superárselo en consistencia teológica.

·         Es interesante señalar que los autores jesuitas recurren para la redacción de este esquema De Ecclesia a un trabajo que Karl Rahner había redactado en Roma 4 meses antes sobre la divina revelación. Fue redactado en colaboración con Joseph Ratzinger. A su vez, este  texto provenía de una propuesta de otro jesuita Hermann Volk, que había manifestado el deseo de que se estableciera una relación explícita con la situación de los hombres en el mundo moderno. Así, en este esquema alemán acontece por 1ª vez que un texto “conciliar” sobre la Iglesia se dirija no sólo a los atribulados “hijos de la Iglesia” sino a todos los atribulados de la humanidad.       
                             
·         Todo esto manifiesta el diagnóstico que los autores jesuitas del Primer Esquema de Ecclesia tienen del tiempo actual. Y como conocemos al autor principal del texto, podemos atribuir con justa razón a Karl Rahner la autoría primaria de este documento. En este documento, la Iglesia se “ha acercado a todos” y se desarrolla por 1ª vez “realmente como Iglesia del mundo entero”. Con ello se afirma que, a través de la globalización, se han incrementado los puntos de contacto entre la Iglesia y el mundo no cristiano. Intentan, además, determinar el nuevo papel de la Iglesia en el contexto de la comunidad mundial en formación. Y recurren al concepto de “SACRAMENTUM”: Porque la Iglesia se entiende realmente como sacramento de la más íntima unidad de la humanidad entera en sí misma y de su unión con Dios, origen y meta de todas las cosas, quiere anunciar en forma más profunda su propia esencia a sus fieles del mundo entero.

·         La actitud que asume la Iglesia frente al mundo no parte de la consigna “EXTRA ECCLESIAM NULLA SALUS”. Los autores del “esquema alemán” se atreven a afirmar que “DIOS OPERA LA SALVACIÓN FUERA DE LA IGLESIA Y ANTES DE QUE LA IGLESIA LLEGUE”. Pero no por eso la Iglesia pasa a ser algo superfluo, puesto que sólo cuando el obrar salvífico oculto (extra-eclesiástico) e implícito de Dios en el mundo obtiene también una respuesta del mundo, sólo entonces madura la gracia de Dios adquiriendo la forma para la que está predispuesta desde el comienzo.

·         El hecho de que se encuentre gracia de Dios en el mundo no cristiano se basa en la consagración del mundo entero en cuanto humanidad a través de la encarnación. Más allá de ello, un extenso comentario del “esquema alemán” elaborado por Karl Rahner a petición de los obispos, manifiesta en forma inequívoca: LA IGLESIA ES SACRAMENTO UNIVERSAL DE SALVACIÓN “EN CUANTO ES EL SIGNO ESTABLECIDO POR DIOS DE LA PROMESA UNIVERSAL A TODOS LOS HOMBRES”.

·         Sin el profundo conocimiento que tenía Rahner de la tradición más reciente del magisterio y sin su dominio de la modalidad de argumentación escolástica hubiese sido difícil que se llegara en medida semejante a una asunción de “sus opciones eclesiológicas”. El testimonio del teólogo conciliar francés René Laurentin ilustra lo dicho: Rahner no podía contar de antemano con un juicio benévolo. Pero sus afirmaciones hundían siempre sus raíces muy hondo en la teología clásica. Los hombres más competentes del Santo Oficio se veían reflejados en las mismas y seguían con bastante facilidad el camino al que Rahner los invitaba. Me impresionaban los frecuentes gestos de asentimiento que hacía el P. Gagnebet con la cabeza durante las intervenciones de Rahner.

·         El documento conciliar sobre la Iglesia tuvo una amplísima aceptación.

·         En su 1ª conferencia pública de la clausura del Concilio, K. Rahner dijo que en un concilio, las cosas son “como en la obtención del radio. Hay que hurgar en una tonelada de pechblenda para obtener 0,14 gramos de radio, y aun así vale la pena”. Quería decir que el radio de un concilio se compone de la terna de las virtudes teologales vividas después del mismo: si todo el Vaticano II con todos los textos que escribió en montañas de papel, si en todos sus esquemas, cartas, discursos, relaciones y debates en el aula y en los cafés de Roma. O sea, si todo el Vaticano II habló en las “lenguas de los hombres y de los ángeles” pero no genera después, en la vida cotidiana un gramo más de fe, esperanza y amor, el Vaticano II es lo mismo que nada. El teólogo de quien se afirma con justicia que “trabajó para ese Concilio hasta el agotamiento” no se cansó después de señalar más allá del Concilio y de relativizarlo como el inicio preparatorio de un comienzo mucho más decisivo. Este “aguador del Concilio” que fue Rahner se empeñó hasta la extenuación por el éxito del Vaticano II. Noches enteras trabajó para las más mínimas modificaciones textuales. Rahner consumió su fuego por los más pequeños detalles visibles de este Concilio. Y sin embargo, siempre tuvo claro que ese inmenso empeño en los “medios” sólo se justificaba si alguna vez demostraba haber sido un servicio a lo “inmediato”. Por esa razón, Rahner nunca se contó entre los entusiastas del Concilio: no lo fue antes, no lo fue durante el Concilio ni tampoco después. En efecto, también un concilio es para él un momento en la “Iglesia como sacramento”, cuya concreción visible sólo cumple su verdadero sentido cuando es transparente del misterio invisible de Dios.

·         Temió una “marcha hacia el gueto” y el fortalecimiento de un nuevo catolicismo ambiental. Las fuerzas cristianas que debían actuar en la Iglesia estaban siendo absorbidas cada vez más por un trabajo comunitario de Iglesia puramente interno. / Y entre los obispos, Rahner observaba una “mentalidad institucionalizada” y un comportamiento feudal-burgués. / Temía que, a través de un nuevo institucionalismo, los impulsos del Concilio quedaran en agua de borrajas. Por eso, Rahner exhortó al coraje, a la utopía, a la iniciativa misionera, y se imaginó la Iglesia como “avanzada” en la sociedad. Pero sobre todo, protestó como religioso contra toda forma de Iglesia como fin en sí mismo, contra toda forma de aislamiento autosuficiente frente al hombre y a Dios. Esta protesta brotaba de su teología de la Iglesia como sacramento universal de salvación. Y era la demanda de una espiritualidad más veraz.

·         Seis años antes de su muerte en 1984, Rahner publicó unas ficticias “Palabras de Ignacio de Loyola a un Jesuita de hoy”. Escribe desde el alma uno de sus textos más personales. “De veras no me avergüenzo de esta eclesialidad. Con toda mi vida convertida he querido servir a la Iglesia, aunque ese servicio ha sido en última instancia para Dios y los hombres y no para una institución que se busca a sí mismo. Sí: he sido y he querido ser este hombre de la Iglesia, y de veras no he encontrado nunca en ello un conflicto absoluto, frente a Dios mi conciencia y mi experiencia mística. Pero algo es seguro: mi eclesialidad ha sido en su conjunto sólo un momento, aunque imprescindible, de mi voluntad de AYUDAR A LAS ALMAS, una voluntad que sólo alcanza su verdadera meta si y en la medida en que esas ALMAS crecen en la fe, la esperanza y el amor. / Todo amor a la Iglesia sería idolatría, participación en un terrible egoísmo de un sistema que existe para sí mismo, si no estuviese animado y limitado por esa voluntad.

       P. Pedro Olalde.