1- Los hijos de San Ignacio. San Ignacio dedicó sus afanes a crear la Orden de los
Jesuitas, que la experiencia ha demostrado ser una de las Órdenes que más ha
trabajado por el reino de Dios, por la Iglesia. Hoy, queremos recordar la influencia
que tuvieron los hijos de San Ignacio en el Concilio Vaticano II.
2- El trabajo de Karl Rahner y de sus compañeros jesuitas. Karl Rahner fue considerado como el “hombre
más poderoso” y el “oculto arquitecto del Concilio”. Está fuera de toda duda que
él trabajó hasta el agotamiento para el Concilio.
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Cuando
fue rechazado el primer esquema “De ECCLESIA”, preparado por los organismos
oficiales, los obispos alemanes encargaron la redacción de otro esquema
completamente nuevo sobre el tema Iglesia. Fue redactado por un equipo de 4 padres
jesuitas encabezados por Karl Rahner. El
texto que resultó finalmente aprobado y presentado al Concilio por el
episcopado alemán no tiene parangón entre los textos eclesiológicos que
circularon en el Vaticano II. Difícilmente pueda superárselo en consistencia
teológica.
·
Es
interesante señalar que los autores jesuitas recurren para la redacción de este
esquema De Ecclesia a un trabajo que Karl Rahner había redactado en Roma 4
meses antes sobre la divina revelación. Fue redactado en colaboración con Joseph
Ratzinger. A su vez, este texto provenía
de una propuesta de otro jesuita Hermann Volk, que había manifestado el deseo
de que se estableciera una relación explícita con la situación de los hombres
en el mundo moderno. Así, en este esquema alemán acontece por 1ª vez que un
texto “conciliar” sobre la Iglesia se dirija no sólo a los atribulados “hijos
de la Iglesia” sino a todos los atribulados de la humanidad.
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Todo
esto manifiesta el diagnóstico que los autores jesuitas del Primer Esquema de
Ecclesia tienen del tiempo actual. Y como conocemos al autor principal del
texto, podemos atribuir con justa razón a Karl Rahner la autoría primaria de
este documento. En este documento, la Iglesia se “ha acercado a todos” y se
desarrolla por 1ª vez “realmente como Iglesia del mundo entero”. Con ello se
afirma que, a través de la globalización, se han incrementado los puntos de
contacto entre la Iglesia y el mundo no cristiano. Intentan, además, determinar
el nuevo papel de la Iglesia en el contexto de la comunidad mundial en
formación. Y recurren al concepto de “SACRAMENTUM”: Porque la Iglesia se
entiende realmente como sacramento de la más íntima unidad de la humanidad entera
en sí misma y de su unión con Dios, origen y meta de todas las cosas, quiere
anunciar en forma más profunda su propia esencia a sus fieles del mundo entero.
·
La
actitud que asume la Iglesia frente al mundo no parte de la consigna “EXTRA
ECCLESIAM NULLA SALUS”. Los autores del “esquema alemán” se atreven a afirmar
que “DIOS OPERA LA SALVACIÓN FUERA DE LA IGLESIA Y ANTES DE QUE LA IGLESIA
LLEGUE”. Pero no por eso la Iglesia pasa a ser algo superfluo, puesto que sólo
cuando el obrar salvífico oculto (extra-eclesiástico) e implícito de Dios en el
mundo obtiene también una respuesta del mundo, sólo entonces madura la gracia
de Dios adquiriendo la forma para la que está predispuesta desde el comienzo.
·
El
hecho de que se encuentre gracia de Dios en el mundo no cristiano se basa en la
consagración del mundo entero en cuanto humanidad a través de la encarnación.
Más allá de ello, un extenso comentario del “esquema alemán” elaborado por Karl
Rahner a petición de los obispos, manifiesta en forma inequívoca: LA IGLESIA ES
SACRAMENTO UNIVERSAL DE SALVACIÓN “EN CUANTO ES EL SIGNO ESTABLECIDO POR DIOS
DE LA PROMESA UNIVERSAL A TODOS LOS HOMBRES”.
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Sin
el profundo conocimiento que tenía Rahner de la tradición más reciente del
magisterio y sin su dominio de la modalidad de argumentación escolástica
hubiese sido difícil que se llegara en medida semejante a una asunción de “sus
opciones eclesiológicas”. El testimonio del teólogo conciliar francés René
Laurentin ilustra lo dicho: Rahner no
podía contar de antemano con un juicio benévolo. Pero sus afirmaciones hundían
siempre sus raíces muy hondo en la teología clásica. Los hombres más
competentes del Santo Oficio se veían reflejados en las mismas y seguían con
bastante facilidad el camino al que Rahner los invitaba. Me impresionaban los
frecuentes gestos de asentimiento que hacía el P. Gagnebet con la cabeza
durante las intervenciones de Rahner.
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El
documento conciliar sobre la Iglesia tuvo una amplísima aceptación.
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En
su 1ª conferencia pública de la clausura del Concilio, K. Rahner dijo que en un
concilio, las cosas son “como en la obtención del radio. Hay que hurgar en una
tonelada de pechblenda para obtener 0,14 gramos de radio, y aun así vale la
pena”. Quería decir que el radio de un concilio se compone de la terna de las
virtudes teologales vividas después del mismo: si todo el Vaticano II con todos los textos que escribió en montañas de
papel, si en todos sus esquemas, cartas, discursos, relaciones y debates en el
aula y en los cafés de Roma. O sea, si todo el Vaticano II habló en las “lenguas
de los hombres y de los ángeles” pero no genera después, en la vida cotidiana
un gramo más de fe, esperanza y amor, el Vaticano II es lo mismo que nada. El
teólogo de quien se afirma con justicia que “trabajó para ese Concilio hasta el
agotamiento” no se cansó después de señalar más allá del Concilio y de
relativizarlo como el inicio preparatorio de un comienzo mucho más decisivo.
Este “aguador del Concilio” que fue Rahner se empeñó hasta la extenuación por
el éxito del Vaticano II. Noches enteras trabajó para las más mínimas
modificaciones textuales. Rahner consumió su fuego por los más pequeños
detalles visibles de este Concilio. Y sin embargo, siempre tuvo claro que ese
inmenso empeño en los “medios” sólo se justificaba si alguna vez demostraba
haber sido un servicio a lo “inmediato”. Por esa razón, Rahner nunca se contó
entre los entusiastas del Concilio: no lo fue antes, no lo fue durante el
Concilio ni tampoco después. En efecto, también un concilio es para él un
momento en la “Iglesia como sacramento”, cuya concreción visible sólo cumple su
verdadero sentido cuando es transparente del misterio invisible de Dios.
·
Temió
una “marcha hacia el gueto” y el fortalecimiento de un nuevo catolicismo
ambiental. Las fuerzas cristianas que debían actuar en la Iglesia estaban
siendo absorbidas cada vez más por un trabajo comunitario de Iglesia puramente
interno. / Y entre los obispos, Rahner observaba una “mentalidad
institucionalizada” y un comportamiento feudal-burgués. / Temía que, a través
de un nuevo institucionalismo, los impulsos del Concilio quedaran en agua de
borrajas. Por eso, Rahner exhortó al coraje, a la utopía, a la iniciativa
misionera, y se imaginó la Iglesia como “avanzada” en la sociedad. Pero sobre
todo, protestó como religioso contra toda forma de Iglesia como fin en sí
mismo, contra toda forma de aislamiento autosuficiente frente al hombre y a
Dios. Esta protesta brotaba de su teología de la Iglesia como sacramento
universal de salvación. Y era la demanda de una espiritualidad más veraz.
·
Seis años antes de su muerte en 1984, Rahner publicó unas ficticias
“Palabras de Ignacio de Loyola a un Jesuita de hoy”. Escribe desde el alma uno
de sus textos más personales. “De veras
no me avergüenzo de esta eclesialidad. Con toda mi vida convertida he querido
servir a la Iglesia, aunque ese servicio ha sido en última instancia para Dios
y los hombres y no para una institución que se busca a sí mismo. Sí: he sido y
he querido ser este hombre de la Iglesia, y de veras no he encontrado nunca en
ello un conflicto absoluto, frente a Dios mi conciencia y mi experiencia
mística. Pero algo es seguro: mi eclesialidad ha sido en su conjunto sólo un
momento, aunque imprescindible, de mi voluntad de AYUDAR A LAS ALMAS, una
voluntad que sólo alcanza su verdadera meta si y en la medida en que esas ALMAS
crecen en la fe, la esperanza y el amor. / Todo amor a la Iglesia sería
idolatría, participación en un terrible egoísmo de un sistema que existe para
sí mismo, si no estuviese animado y limitado por esa voluntad.
P. Pedro Olalde.