Mt 20,1-16
1- Mateo 20,6-7. El amo contrató obreros a la hora
undécima (5 de la tarde).
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Jesús,
cuando pasabas por las plazas de los pueblos en la época de la vendimia, veías
a los jornaleros esperando ser contratados por algún terrateniente.
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Un
día, movido por tu gran deseo de mostrar a tus oyentes la imagen amorosa de tu
Padre Dios, inventaste esta historia de los jornaleros de la viña, que es una
joya, que retrata con trazos vigorosos cómo es Dios.
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Y
les dijiste: Un propietario salió de mañanita para contratar jornaleros para su
viña. Después de haberse puesto de acuerdo con ellos sobre las condiciones de
trabajo, a todos les dio de paga un denario.
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A
la hora de recibir su salario, los contratados de la primera hora, protestaron
vivamente por haber sido equiparados a los de la hora undécima.
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El
amo se justificó diciendo al portavoz de los descontentos: ¿No te pagué según
lo convenido? Si quiero ser bueno con todos ¿podrás tú impedírmelo?
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Jesús,
esta parábola, después de 2000 años, sigue siendo revolucionaria. ¿Será verdad
que Dios no se deja llevar por nuestros criterios de pagar más a los que más han
trabajado? ¿No dará Dios a cada uno según lo merecido, en vez de ofrecer el
denario de la salvación a todos?
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Es
Isaías quien contesta a todos estos interrogantes: Mis planes no son vuestros planes ni vuestros caminos son los míos.
Cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos, de los vuestros; mis
planes, de vuestros planes.
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Dios
no se guía por nuestras matemáticas, sino por su infinita misericordia.
2- La bondad de Dios
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Jesús,
¿cómo me sentiré cuando, al llegar a Dios, vea que a la misma mesa se sientan
los agnósticos, los pecadores y los no practicantes? Pensaré que Él es mejor que
el más bondadoso de los humanos.
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Tú,
Padre, te dejas llevar por tu ternura hacia todos y das al que trabajó una hora
igual que a los que se desvivieron en una jornada de 10 horas.
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Tomaré
como guía y norte de mi conducta el de Dios, por muy revolucionario que me
parezca. Francamente, tu misterio, Padre, me desborda. Ojalá que yo también
pueda dejarme conducir por tu espíritu.
3- Mis caminos no son vuestros caminos
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Sí,
Padre, tu misterio me desborda y tus caminos son insondables. Pero, ¿por qué tengo
tan interiorizado que tú eres un señor honorable, que ganas en modales al más
educado de los mortales y te acomodas en tu trato a nuestras formas de
comportamiento? ¿Quién me ha enseñado que tú, Padre, te sientas a la mesa con
los nobles, bien aseado y trajeado, sin que estén presentes los menesterosos
del mundo?
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¿Por
qué no imaginarte, Dios, que te reúnes en los barracones adonde han ido a parar
los parias de la tierra, donde son maltratados con toda clase de vejaciones?
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Sí,
Dios, tú eres diferente. Sientes debilidad por los contratados de última hora,
los que tuvieron que sufrir la vergüenza de no ser escogidos de mañanita. Te
enamoras de ellos y les regalas el salario, a pesar de su escaso trabajo.
4- Estamos necesitados de un trasplante de corazón.
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Dios
nos desborda y quienquiera avanzar en el conocimiento de Dios, necesita un trasplante de corazón. En una ficción
literaria, M. J. Borg y J. D. Crossan hacen que Pablo explique, a los hombres y mujeres de hoy, el significado
de la acción del Espíritu en el corazón de los seres humanos. Dice Pablo:
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Dejadme que os explique cómo trabaja
Dios en vosotros potenciando vuestra intención y acción. Me he enterado que
gracias a vuestros avances tecnológicos podéis realizar trasplantes de corazón.
Tal como lo entiendo, se trata de sustituir totalmente un corazón envejecido y
dañado por uno nuevo y sano. También sé que se pueden producir rechazos, pero
que tenéis medicamentos para impedir estas fatalidades.
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Lo que Dios hizo en Cristo y, por
tanto, ofrece a todos, es un cambio de identidad, una sustitución de carácter,
un trasplante de Espíritu. El propio santo Espíritu de Dios se ofrece gratuita
y graciosamente a todos los pueblos. Lo que resulta extraordinario es que el
trasplante del Espíritu divino se da gratuitamente tanto a los amigos como a
los enemigos por igual, “pues hace salir el sol sobre los malos y sobre los
buenos y manda la lluvia sobre los rectos y los que no lo son” (Mt 4,45).
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Esta gracia absoluta, ofrecida
incluso a los enemigos de Dios, es lo que jamás podré olvidar, pues fue lo que
yo experimenté personalmente en Damasco. Fue precisamente cuando estaba, como
dije a los filipenses, persiguiendo violentamente a la Iglesia de Dios,
intentando destruirla, cuando Dios me dio fuerzas para vivir en Cristo. Fue
precisamente cuando estaba, como dije a los gálatas, persiguiendo violentamente
a la Iglesia de Dios, intentando destruirla, cuando Dios me hizo el trasplante
de Espíritu.
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Pero debo insistir en algo más. El trasplante
de Espíritu, aunque es ofrecido gratuitamente, tanto a los amigos como a los
enemigos de Dios, nunca destruye la libertad humana que también nos es otorgada
por el mismo Dios. Siempre somos libres para aceptarlo o rechazarlo. A la
aceptación la llamo fe, es decir, la sumisión agradecida al trasplante del
Espíritu, que nos potencia para querer y trabajar a favor de este mundo en
colaboración con Dios. (Citado por Javier Vitoria en Una
teología arrodillada e indignada. Pág. 225-226. Sal Terrae).
P. Pedro Olalde.