Jn 18,33-37
1- Primer modo de entender la fiesta de Cristo Rey
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Es
el de considerar la realeza de Cristo en gloria y poder, al modo como nos
pueden sugerir hoy los nombres de gobernantes o políticos famosos, como César
Augusto, Diocleciano o Alejandro Magno.
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Como
a éstos se les erigen monumentos en las ciudades o cimas de los montes, así a
Cristo se levantan también estatuas en los lugares bien visibles para su mayor
gloria y renombre.
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Con
el título de Reinaré en España se construyó
en la más importante avenida de Bilbao un grandioso monumento a Cristo Rey.
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Esta
fiesta la estableció Pío XI en 1925, en una época en que la Iglesia se veía
envuelta en la lucha contra sus enemigos.
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Soplaban
vientos favorables a la monarquía. Ésta se apoyaba en la Iglesia, y muchos
eclesiásticos y fieles se declaraban monárquicos. En cambio, las ideas
progresistas y socializantes se consideraban antimonárquicas y antieclesiales.
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Era
el tiempo del poder temporal de los papas, que eran aclamados como reyes, el
grito de ¡Viva el Papa Rey! El signo visible de esta realidad era la tiara y la
triple corona del Rey-Sacerdote-Profeta, que llevaba el papa.
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Fue
una época muy polémica, en la que la Iglesia, contagiada por el dominio
temporal, buscaba para sí la realeza, acompañada de privilegios. Fue cuando se
instaba a los gobiernos católicos del mundo a consagrar sus naciones a Cristo
Rey del Universo y a erigir monumentos al Sagrado Corazón de Jesús.
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Felizmente,
aquellos tiempos ya pasaron y la historia limpió la fachada un tanto ensuciada
de la vieja Iglesia de Cristo, cuyos representantes se fijaron en la realeza de
Cristo, en su exclusivo carácter dominante. Hoy, purificados del lastre de una
deficiente comprensión de la Palabra de Dios, reflexionamos en el significado
más evangélico de esa palabra: ¿Tú eres
rey? Tú lo has dicho, yo soy rey.
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Los
textos evangélicos como el de hoy no dan pie para entender de este modo la
realeza de Cristo. Ningún atisbo de gloria, dominación y poder se puede
desprender de las enseñanzas evangélicas y de la vida de Cristo.
2- Segunda forma de entender la realeza de Cristo. Jn 18,33-37
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Pilato volvió a entrar en su palacio,
llamó a Jesús y le interrogó: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó:
¿Dices eso por ti mismo o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: ¿Acaso
soy yo judío? Son los de tu propia nación y los jefes de los sacerdotes que te
han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho? Jesús le explicó: Mi reino no es
de este mundo. Si lo fuera, mis seguidores hubieran luchado para impedir que yo
cayese en manos de los judíos. Pero no, mi reino no es de este mundo. Pilato
insistió: Entonces, ¿eres rey? Jesús le respondió: Soy rey, como tú dices. Y mi
misión consiste en dar testimonio de la verdad. Precisamente para eso nací y
para eso vine al mundo. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz.
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La
segunda forma de considerar a Cristo Rey no es al estilo de los príncipes y
jefes de este mundo, que rigen a sus súbditos con dominio y poder. Ningún
parecido tiene Jesús con la forma de gobierno de Pilato, Herodes o Antipas de
su tiempo ni con los modernos reyes que rigen los destinos del mundo con mano
férrea.
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En
el diálogo con Pilato, las palabras en las que Jesús se autoproclama rey, son
éstas: Soy rey, como tú dices. Y mi
misión consiste en dar testimonio de la verdad. En pocas palabras, Jesús es
rey, porque pertenece a la verdad y da testimonio de la misma.
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Y
podemos preguntarnos ¿cuál es la verdad de Jesús? La verdad de Jesús es ser el rostro de Dios ante los hombres con sus
dichos y hechos. Es ser su Ungido, ser la misericordia divina. Es conducirse en
todo por el amor y la solidaridad con los hombres, especialmente los más
débiles.
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Y
¿cuál es la verdad del hombre? La verdad del hombre es su carácter religioso,
es ser retrato de Dios, su hijo adoptivo, llamado a reproducir los rasgos más
profundos de su modelo Cristo: perdón, misericordia y ternura.
3- Reyes y esclavos
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Así
pues, llegamos a la conclusión de que, hablando en general, sin muchas
matizaciones, el mundo se divide en dos clases de personas:
1-
Los que tienden a ser dueños de sí y cultivan los valores de la solidaridad, la
ayuda y el amor.
2- Los que, de una forma u otra, son
dominantes, no tienen ninguna consideración al prójimo, y procuran por todos
los medios extorsionar, robar y aprovecharse del prójimo para su bienestar
egoísta.
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Alejandro
Magno de Macedonia fue uno de los reyes más poderosos del mundo. Vivió en el
siglo IV a. C. reunió bajo su mandato medio mundo. Se le considera como uno de
los estrategas militares más notables de cuantos han existido.
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Aunque
los historiadores no suelen dar muchos datos sobre su personalidad, se sabe que
no fue ningún modelo de humanidad y se dejó llevar por su ambición al poder y
dominio, sobre la mayor parte del mundo conocido en su tiempo. Así pues,
participó muy poco del concepto rey en
el sentido evangélico. Los filósofos cínicos le hubieran tildado, más bien, de
esclavo.
P. Pedro Olalde.