IGNACIO SIEMPRE APUNTÓ
MUY ALTO.
XABIER
ALBISTUR, en su libro, “Ignacio de Loyola, un líder para hoy”, nos relata lo
que el Santo hizo en su primer regreso a su casa natal en abril de 1535.
Al llegar a Azpeitia procedente de París, se aposenta en el
hospital y ermita de la Magdalena. Aquel hombre maduro, pobre, cojo, serio,
había salido de la villa 13 años antes. Sin dar explicaciones, con un destino y
un proyecto inciertos.
A su regreso, inesperado, pide limosna puerta por puerta y la
entrega a los pobres. Enseña catecismo a los niños y cautiva con sus sermones a
los vecinos de Azpeitia y otros pueblos cercanos. Ha llegado un hombre de orden
y recto.
Reforma las costumbres del clero, endereza la vida de las
queridas de estos religiosos y de los azpeitianos de vida disoluta, entre los
que se cuenta su hermano. Organiza en el municipio un sistema reglado de
asistencia social, precursor del trabajo social que realizará 10 años más tarde
en Roma.
La autoridad las asume con un modelo que se aplicará durante
años para atender a los pobres, creando con las aportaciones de los vecinos una
renta de reinserción gestionada por dos
personas (civil y eclesiástica) nombradas por el municipio. El que esté sano y
sea capaz de trabajar no podrá mendigar.
Paralelamente, deja parte de su herencia legítima a la
parroquia para que las campanas de la iglesia toquen cada mediodía recordando a
quienes se encuentren en pecado mortal su deber de enderezar la conducta y
limpiar su conciencia.
Azpeitia vive una auténtica revolución en su vida ciudadana
durante los 3 meses que dura la estancia del peregrino. Desaparece el juego.
Los curas abandonan a sus mancebas; los matrimonios se arreglan; padres e hijos
se reconcilian; las monjas asediadas por el clero, que quiere desposeerlas de
sus propiedades consiguen ver reconocidos sus derechos ante notario.
Las ordenanzas, una vez aprobadas, se leen en la parroquia un
23 de mayo, en misa mayor, en presencia del notario y del rector de la Parroquia.
// Al mes de llegar el peregrino, se redactan, se aprueban, se difunden y se
aplican.
EN 2021, SERÁ EL 500
ANIVERSARIO DE LA DERROTA Y HERIDA DE IGNACIO EN PAMPLONA.
Al ser llevado en andas por sus paisanos al Castillo de
Loyola, hizo la maravilla de convertir el mal de la derrota y herida, en bien,
ya que fue el comienzo de un cambio de vida, que hizo de Ignacio un hombre
distinto, una persona plena.
Llevado de su afición a leer libros de caballería pidió que
se los trajeran. Al no haber en el Castillo esos libros, tuvo que conformarse
con los que había en el lugar, la Vida de Cristo y el libro de los Santos.
Ni se enfadó ni pidió que trajeran los libros de caballería
de fuera. Fue leyendo esos dos libros con tanto ardor que rellenó con frases
más interesantes 300 páginas. Esa lectura reposada le ayudó a entrar dentro de
sí. Fue el comienzo de su transformación profunda.
IGNACIO AL CELEBRAR LA
EUCARISTÍA ENFERMABA
Tal era el ardor que ponía en ello. Para él, Cristo era su todo.
Pero antes de llegar a esa situación, Ignacio tuvo que hacer
el descubrimiento de que Dios, su Padre, era su fuente de Vida, el motivo de su
existencia, el sentido de su vida.
Sus momentos de oración fueron los que le alimentaban a
Ignacio. Por nada del mundo falta a la cita diaria con su Padre. En eso le
imitaba a Jesús, que de mañanita o al atardecer pasaba ratos prolongados en las
colinas cercanas al lugar donde vivía.
Si no somos personas de oración como Ignacio, nuestra vida
cristiana será muy floja, y en nuestra vida habrá mucha mediocridad.
El sacerdote y escritor Pablo d´Ors, en su novela
“ENTUSIASMO”, dice: “Lloraba, porque me sentía amado por aquella Presencia que
conocía mi nombre y circunstancias y, sobre todo, porque me quería para sí. “Tú
eres mío, me dijo Él. Te quiero para mí”.
PARA IMITAR A IGNACIO
NOS TENEMOS QUE HACER AMIGOS DE DIOS
Dios es irrelevante
para la inmensa mayoría de la gente. Y lo es precisamente, porque no
interviene. Pero Dios no es un “INTERVENCIONISTA” que interfiera interviniendo,
sino que es un “INTENCIONISTA” que da a conocer su voluntad y su intención.
Dios nos necesita para
realizar lo que Él pretendía con la creación. Dios sueña con nosotros… Y no
hemos de dejarle que sueñe solo.
Hace demasiado frío en
el mundo para que creamos que se puede vivir sin estar abrigados bajo el manto
de Dios. La gracia nos da calor, pero al mismo tiempo nos ayuda a tejer
conjuntamente el manto de Dios.
SAN IGNACIO DE LOYOLA, RUEGA POR NOSOTROS
P. Pedro Olalde.